Llegamos ya a la cuarta y última entrega de esta serie de artículos sobre composición, a través de los cuales hemos definido los elementos básicos que conforman las imágenes, su uso e interpretación en función de su distribución en el espacio y otros muchos conceptos encaminados a analizar la construcción de un encuadre y su significado desde un punto de vista compositivo.
En esta ocasión, aportaremos ciertas pautas que nos ayudarán a definir un propósito y comprender cómo se desarrolla un estilo, lo que nos servirá como base para reflexionar sobre la esencia de la composición y llegar a ciertas conclusiones, marcadas también, de alguna manera, por mis experiencias personales.
EL PROPÓSITO
El proceso de la composición debe comenzar con una intención, con un propósito y, a partir de él, tomar todas las decisiones pertinentes. Cuando comenzamos a fotografiar sin tener una idea concreta de lo que buscamos, sólo la casualidad nos va a proporcionar resultados positivos. Por ello, resulta fundamental tener claro cuál es el resultado deseado y encaminar nuestros esfuerzos a perseguirlo.
A veces no se tratará de un propósito concreto sino de una idea general de lo que queremos conseguir. Muchas veces, salimos a la calle con nuestra cámara esperando encontrar motivos interesantes que nos sorprendan. Es imposible saber cuáles serán de antemano pero sí podemos prever, en función de diferentes parámetros que habremos analizado previamente, el tipo de mensaje que nos será posible captar.
Si nos resulta muy difícil concretar un objetivo determinado, nos puede servir de ayuda el conocer las diferentes alternativas en el propósito y, de esa forma, acotar en lo posible nuestra búsqueda. Aunque describamos los conceptos extremos, nuestro propósito puede ser intermedio o una mezcla de varias alternativas en diferentes proporciones.
Primero, deberíamos plantearnos qué tipo de fotógrafo queremos ser: cazador o constructor. ¿Preferimos salir a la búsqueda de lo inesperado, preparados para captar de forma instintiva y con rapidez aquello que suceda frente a nosotros o nos inclinamos por planificar y preparar previamente el motivo a fotografiar?
Esta decisión ya va a marcar enormemente nuestras intenciones y va a ser un primer paso para definir nuestro trabajo.
Otra pregunta que podríamos hacernos es si deseamos que nuestras imágenes sean documentales, esto es, que muestren la realidad de una forma auténtica pero algo inexpresiva o, por el contrario, nos decantamos por un estilo más creativo, en busca de un enfoque diferente y original.
Y, una vez decididos estos parámetros, las posibilidades respecto al estilo a aplicar, son muy variadas. Podemos realizar tomas de corte minimalista en las que todo se reduce a lo esencial y en las que «menos es más» o buscar composiciones más complejas, ricas en contenidos y detalles, en las que perderse recorriendo sus matices.
Quizá queramos que nuestra fotografía sea muy directa y transmita su mensaje de forma instantánea, como esas imágenes de gran fuerza tan valoradas en fotoperiodismo. Pero es posible que busquemos una imagen menos obvia y, por tanto, que implique de mayor manera al espectador.
Finalmente, ¿nos inclinamos a romper las reglas, arriesgándonos a fallar en nuestro mensaje pero buscando el impactar a través de la originalidad o a seguirlas, asegurando un resultado razonablemente bueno en una imagen carente de sorpresas?
Y, al hilo de esta última alternativa en el propósito, surge toda una reflexión. Sabemos que la utilización de las reglas de composición nos va proporcionar resultados predecibles y, en principio, satisfactorios, pero, ¿significa esto que la imagen que siga estas normas va a ser mejor?. La realidad es que no tiene porqué pues el que se corresponda con el gusto general no la va a convertir en una propuesta más valiosa.
Igualmente, el realizar imágenes distintas tampoco nos va a garantizar un mejor resultado. Al movernos en un espacio desconocido en el que carecemos de información sobre su funcionamiento, será fundamental valorar hasta qué punto podemos realizar una apuesta arriesgada sin comprometer el sentido y significado de nuestra imagen. Si nuestra intención es hacer llegar un determinado mensaje, debemos procurar que lo que funciona para nosotros lo haga también para el espectador.
No debemos olvidar que detrás de una imagen no convencional tiene que existir una buena razón; de hecho, como hemos visto a lo largo de estos artículos, siempre debemos hallar un motivo tras la toma de cualquier decisión compositiva.
EL ESTILO PROPIO
Desarrollar un estilo personal es algo que a priori puede parecer complicado. Ser diferente, ser uno mismo, parece imposible en un mundo tan invadido por millones de imágenes donde ideas y motivos se repiten una y otra vez. A pesar de todo, si nos mantenemos fieles a nosotros mismos, a la larga, nuestro estilo va a surgir irremediablemente a través de nuestros trabajos fotográficos. Pero, ¿cómo saber qué es ser fiel a nosotros mismos?, ¿cómo podemos hallar nuestra propia esencia?.
Las reglas de composición nos van a proporcionar un valioso principio de organización pero también pueden actuar como una camisa de fuerza que inhiba la creatividad y que nos lleve a captar imágenes estereotipadas. Por ello, dejarnos llevar por nuestra intuición será la manera de desarrollar un estilo personal y descubrir cómo crear fotografías imaginativas que hagan reflexionar, que conmuevan.
Pensad que, aunque realicemos fotografías de temas muy diferentes, todas van a tener algo fundamental en común: ¡nuestra mirada! El tema de nuestros trabajos no va a ser, por ejemplo, «trabajadores del metal en la Europa del Este», sino «cómo vemos nosotros a los trabajadores del metal en la Europa del Este». Igualmente, si realizamos un trabajo sobre «flora del Pirineo», de nuevo tendremos un tema común «nuestra visión de la flora del Pirineo». El estilo personal, por tanto, no está relacionado con los sujetos que fotografiemos, con la temática elegida o con la técnica empleada; en realidad, sólo va a depender de una cosa: de nuestra forma de ver el mundo.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que el estilo del fotógrafo se encuentra, de alguna manera, enmarcado en el estilo general adoptado en cada época, el cual cambia con el tiempo y con la moda. Por ello, es habitual que la obra del fotógrafo evolucione y varíe a lo largo de su existencia, influenciada por la estética y las tendencias de las diferentes etapas históricas pero conservando siempre tras ella esa mirada propia y especial.
No se consigue desarrollar un estilo personal cuando de forma consciente se pretende ser “diferente”. Tampoco imitando las ideas de otros, aunque sean de otras disciplinas artísticas. El estilo personal es algo mucho más profundo, que va mucho más allá. Sólo a través del estudio de la trayectoria personal de un fotógrafo a través del tiempo se puede llegar a apreciar su forma de ver el mundo aunque su obra vaya variando y evolucionando a lo largo de su vida.
REFLEXIONES Y CONCLUSIONES
El dominio de la composición, aunque innato en algunas personas, puede llegar a adquirirse estudiando sus normas y analizando gran número de fotografías de calidad. Desarrollar este dominio y adaptarlo a nuestra forma de ver el mundo va a ser lo que, con el tiempo, nos confiera nuestro estilo personal.
Es cierto que la utilización de las normas de composición requiere un serio esfuerzo al principio pero, con la práctica, acaba interiorizándose y convirtiéndose en un ingrediente natural del proceso fotográfico. Aunque se puede pensar que estudiar composición frena la espontaneidad, dejarlo todo en manos de la inspiración puede resultar arriesgado.
Igualmente, respetar las normas de composición no es garantía de lograr fotografías efectivas, sólo proporciona imágenes correctas y académicas pero va a ser un inestimable punto de partida para mejorar nuestros trabajos. Podemos optar por crear conflicto, tensión e inquietud a través de la ruptura de las reglas pero, para infringir estas normas, también es necesario conocerlas y saberlas manejar.
La buena composición se logra a través del conocimiento, la experiencia y la costumbre pero también es necesaria una fuerte componente emocional por parte del fotógrafo. Su honestidad ante el motivo será indispensable para lograr transmitir aquello que le emociona. Sin ella, será muy difícil que sus imágenes tengan alma.
Podemos comparar nuestras fases de aprendizaje con los peldaños de una larga escalera. Nuestros primeros pasos se encaminarán a dominar la técnica y, cuando lo hayamos logrado, ya habremos subido un primer escalón.
Después, sentiremos inquietud respecto a la composición y también la estudiaremos; una vez aprendida, ascenderemos otro grado. Practicar todos estos conocimientos nos permitirá elevarnos un poco más pero, cuando los interioricemos y comencemos a crear nuestros propios criterios, habremos conseguido alzarnos varios escalones más. Y, sin embargo, en este punto, miraremos hacia arriba y veremos que todavía queda casi toda la escalera por subir pues falta desarrollar toda nuestra capacidad a través de nuestros conocimientos, experiencias y emociones presentes y futuras.
Un precioso camino que conviene recorrer despacio y con la convicción de que, afortunadamente, nunca veremos el final de esa escalera.
Espero que esta serie de artículos os hayan resultado útiles en vuestro aprendizaje y que su aplicación os permita mejorar vuestras composiciones. Queda en vuestras manos ponerlo en práctica y, como siempre aconsejo a mis alumnos, de forma que vuestra esencia se mantenga intacta y sin olvidar que el estudio de la composición sólo es el punto de partida de un largo viaje.
Para más información sobre Rosa Isabel Vázquez, visita su página web: www.rosavazquez.com o su blog personal: http://rosavazquez.wordpress.com.
Texto y fotografías: ©Rosa Isabel Vázquez