En la anterior entrega de «La elaboración de la imagen«, estudiamos las diferentes posibilidades compositivas a las que podemos optar a través de la elección del formato, la lente, el punto de vista, la perspectiva, la escala o el ritmo. Nuestras decisiones fotográficas a este respecto marcarán el sentido y propósito de nuestras imágenes. Pero hay otra parte muy importante a la hora de organizar el contenido del encuadre que aún debemos abordar: la división de los espacios y la situación de los elementos y su equilibrio. En este artículo, analizaremos estos conceptos y su funcionamiento y facilitaremos pautas para hacer un uso coherente de las reglas compositivas.
LAS REGLAS COMPOSITIVAS
Curiosamente, la primera regla de composición es que, en realidad, no hay reglas. Mientras la técnica fotográfica se basa en unos principios claros y objetivos, la composición no se limita a una lista de indicaciones sino que requiere un método subjetivo que precisa de criterio y de la aplicación del gusto personal.
Por tanto, las reglas compositivas nos van a ayudar a mejorar nuestras composiciones, aunque van a necesitar de nuestra propia interpretación para ponerlas así al servicio de nuestro estilo particular.
Las reglas compositivas aúnan una serie de normas que pueden ser de gran utilidad al fotógrafo, al proporcionarle un principio de organización basado en un análisis de lo que se ha considerado tradicionalmente imágenes eficaces. Estas reglas no son principios matemáticos pero, si las empleamos, notaremos cómo la imagen obtenida provoca, cuando la observamos, sensaciones de mayor intensidad.
Para hablar de distribución del espacio en las reglas compositivas, nos tenemos que remontar a un concepto tan antiguo y, al mismo tiempo, tan actual como es la proporción áurea.
Matemáticamente, es la división armónica de un segmento en media y extrema razón. Esto es, es aquella proporción en la que el segmento menor es al segmento mayor, como éste es a la suma de ambos.
La organización de los elementos (en este caso, las rocas) de esta imagen nocturna de una playa asturiana, sigue la espiral de Durero.
Y ¿qué hace tan especial a esta proporción? Su principal peculiaridad es que resulta grata al ser humano. Además, partiendo de un segmento áureo, podemos construir diferentes figuras áureas que nos van permitir organizar nuestro espacio de una manera eficaz pues la proporción áurea se puede utilizar como método para situar el elemento principal en una imagen o bien para dividir una composición en proporciones agradables.
Convive con la humanidad porque aparece en la naturaleza como, por ejemplo en el crecimiento de las plantas, las piñas, la distribución de las hojas en un tallo, los pétalos de las flores, dimensiones de insectos y pájaros e incluso en el ser humano. Y, desde la época griega hasta nuestros días, también la encontramos en el arte, la arquitectura y el diseño. Existen innumerables ejemplos de obras que cumplen la proporción áurea, como la Mona Lisa, La Venus de Milo o el Partenón.
Una figura áurea muy interesante a la hora de componer es la espiral de Durero, formada a partir de rectángulos áureos. Representa el crecimiento continuo en la naturaleza y resulta sorprendente por su similitud con la concha de un molusco, el Nautilus.
Mientras realizaba la fotografía nocturna del ejemplo, no estaba pensando en la proporción áurea o en la espiral de Durero; fue posteriormente cuando, al examinar la imagen, descubrí que estaba compuesta según esta espiral.
Estudiamos composición para interiorizar sus principios de forma que, más tarde, ese conocimiento pueda fluir, de forma inconsciente, a través de nuestras imágenes. El momento de la captura fotográfica es un instante único en el que debemos dejar paso a la inspiración y olvidarnos de las matemáticas o de cualquier otro tipo de atadura. Si no lo hacemos así, nuestras imágenes resultarán frías, mecánicas, y dirán muy poco de nosotros mismos.
Es después, al analizar las imágenes realizadas, cuando podremos comprobar en qué medida nos han calado todos esos conceptos que hemos aprendido y de qué manera nos han ayudado a mejorar nuestros trabajos, casi sin darnos cuenta.
Un atardecer casi monocromático en Cabo de Gata en el que situé las rocas cercanas a la orilla y el horizonte conforme a la regla de los tercios. Emplear esta norma nos ayudará a conseguir imágenes efectivas, agradables y bien compuestas, aunque conviene no abusar de su uso para evitar que nuestro trabajo pueda resultar monótono.
LA REGLA DE LOS TERCIOS
Es la norma más clásica en la composición, tanto en pintura como en fotografía. Se trata de una simplificación de las proporciones de la sección áurea y se basa en dividir el formato rectangular en tres bandas iguales, tanto vertical como horizontalmente.
Las dos líneas verticales u horizontales con que imaginariamente dividimos el encuadre, determinan la posición principal de los elementos alargados (horizonte, edificios, etc.) y en los cuatro puntos de intersección de estas líneas se encuentran los puntos de interés de la imagen. Si situamos el elemento principal sobre alguno de estos puntos, la imagen resultará efectiva y se considerará bien compuesta.
De esta regla se desprende el conocido consejo en fotografía de paisaje de no situar el horizonte en el centro del fotograma. Aunque, por supuesto, hay fotografías maravillosas que rompen este principio.
La simetría dinámica encierra el atractivo de contribuir a crear imágenes bien compuestas pero sin esa sensación estática que transmiten los ejes horizontales y verticales de la regla de los tercios.
La simetría dinámica.
Se basa también en las proporciones de la sección áurea pero utilizando diagonales para situar los puntos de interés en lugar de ejes horizontales y verticales.
Se traza una diagonal de un extremo a otro y después se imagina una perpendicular a ésta desde el vértice opuesto. De esta forma, trazando las cuatro diagonales, se obtienen los puntos de interés pero con una composición más dinámica y llamativa que siguiendo la regla de los tercios.
EL EQUILIBRIO
Podemos definir el equilibrio como la apreciación subjetiva de que los elementos que conforman nuestra imagen se encuentran posicionados de manera estable.
Una fotografía resulta más agradable cuanto más equilibrada es la situación de los elementos que la componen. Una imagen desequilibrada, por el contrario, produce intranquilidad.
El equilibrio se basa en la resolución de la tensión, de unas fuerzas opuestas que se igualan para producir sensación de armonía. Para conseguir este equilibrio, la distribución de los elementos ha de hacerse posicionando los objetos según su «peso visual» o, lo que es lo mismo, según su nivel de presencia en la imagen. Si los pesos quedan compensados, la imagen estará equilibrada.
El «peso visual» se puede entender en el sentido de masa pero también como el volumen y el peso que intuitivamente asociamos a cada elemento. El concepto de equilibrio va unido a nuestra propia percepción del mundo, a aquello a lo que estamos habituados a ver.
En las composiciones verticales, la imagen nos resulta más natural si situamos los objetos más pesados en la parte inferior y los más ligeros en la superior. Así sucede en este ejemplo en el que los elementos con mayor peso visual (tanto por volumen y densidad como por color) se encuentran en la parte baja de la imagen, lo que le confiere una mayor estabilidad.
El tono también tiene gran importancia en el equilibrio compositivo. Si un tono claro u oscuro se concentra en una parte de la imagen, va a producir cierto desequilibrio. Lo mismo sucede con el color.
La fuerza de los elementos con los que se alcanza el equilibrio va a conferir carácter a las imágenes. Si éstos son pequeños o débiles, la composición resulta más estática. Pero cuando conseguimos equilibrar nuestra imagen utilizando elementos grandes o fuertes, el resultado es mucho más dinámico y las sensaciones que ofrece, bastante más intensas.
Regresé en diferentes ocasiones a esta playa portuguesa hasta que logré captar la atmósfera que buscaba. Las enormes rocas cercanas a la orilla me producían una gran turbación así que busqué realizar una composición en la que aparecieran como elementos muy potentes, para transmitir sensaciones de mayor fuerza.
El desequilibrio produce inquietud pero también sugiere e impacta. A veces buscaremos deliberadamente esa ruptura del equilibrio en nuestras imágenes para sorprender o desconcertar.
Equilibrio simétrico y asimétrico. Existen dos tipos de equilibrio: el simétrico y el asimétrico.
Cuando dividimos nuestra imagen en dos y obtenemos igualdad de peso y tono en ambos lados, tenemos un equilibrio simétrico.
Es el tipo de equilibrio que encontramos en las clásicas fotografías de reflejos, donde los contenidos se repiten como en un espejo. Las imágenes pueden resultar muy llamativas y suelen ser sencillas y formales pero también producen sensaciones frías al ser demasiado mecánicas y previsibles.
Si un grupo de fotógrafos hubiéramos coincidido en este mismo momento y lugar, es muy probable que todos hubiéramos captado una imagen muy similar a la de este ejemplo. Por ello, las composiciones con equilibrio simétrico dicen tan poco de nosotros mismos y suelen resultar bastante impersonales.
El equilibrio asimétrico, sin embargo, es aquel en que, al dividir la composición en dos, no existen las mismas dimensiones (ya sea de tamaño, color, etc…) en ambos lados pero, aún así, existe equilibrio entre los elementos. Éste se consigue contraponiendo y contrastando los pesos visuales, de forma que armonicen dentro de la composición.
Resulta mucho más interesante pues aporta individualidad y singularidad y va a reflejar mucho mejor la personalidad del fotógrafo y su punto de vista particular.
Una imagen de una piscina natural, un día de temporal, con un equilibrio asimétrico. En el instante de fotografiar, nunca pienso en realizar composiciones equilibradas; lo que sucede es que mi mente las busca de forma inconsciente. La mirada se ejercita con la práctica y cada vez resulta más fácil encontrar encuadres que nos gusten, respetando ese punto intuitivo que es tan importante en la fotografía personal.
EL CENTRO DE INTERÉS
Antes de realizar una fotografía, deberíamos preguntarnos qué es lo que pretendemos captar, cual es nuestra intención. En la mayoría de las escenas, siempre existe un elemento que atrae más intensamente nuestra atención y que constituye el centro de interés y en torno a él ha de basarse todo intento de composición.
El significado de cada elemento presente en nuestra imagen va a variar según la ubicación, dimensión o protagonismo que le asignemos; por ello, es fundamental la situación y tratamiento dado a cada uno de ellos en nuestra escena.
Es muy importante que nos aseguremos de que nuestro centro de interés es percibido como tal en nuestra composición. Si pasa desapercibido para el espectador, habremos errado en nuestro intento de comunicación.
Imaginad que vamos a un bosque, encontramos una hermosa seta marrón y la elegimos como centro de interés de nuestra fotografía. Al regresar y mostrarla a un amigo, ni siquiera repara en ella y percibimos, a pesar de sus esfuerzos por disimular, que no parece muy entusiasmado con nuestra imagen. La seta es una anécdota, pequeña y confusa entre tanta hojarasca.
Heridos en nuestro amor propio, regresamos al día siguiente al mismo lugar, seguros de que, esta vez, reglas compositivas en mano, conseguiremos darle a nuestra seta la importancia que se merece. ¿Qué podemos hacer para conseguir nuestro objetivo? ¿Cómo podemos establecer nuestro encuadre en función de nuestro centro de interés? Tenemos varias alternativas:
Situar nuestra seta utilizando los puntos de interés de la regla de los tercios va a ayudarnos a que ocupe un lugar privilegiado de nuestra composición, en especial si elegimos el punto inferior izquierdo, que es el que resulta más efectivo. Si evitamos situarla en el centro del encuadre, reforzamos la expresividad de la fotografía y el resto del espacio actuará como un factor de equilibrio compositivo.
También es importante asegurarnos de que no existen otros elementos que puedan estar robando protagonismo a nuestro sujeto. Advertimos la presencia de una enorme hoja amarilla que resulta muy llamativa y la retiramos de nuestro encuadre.
Nuestra imagen ha mejorado bastante pero nuestra seta todavía se confunde con la hojarasca que la rodea y es muy importante que el fondo de una escena no compita con el motivo principal.
Para este caso, disponemos de varios recursos. Podemos variar nuestro punto de vista para situar nuestro centro de interés sobre un fondo de tonalidad opuesta a él (objetos claros sobre fondos oscuros y viceversa). También podemos buscar un fondo de color complementario (por ejemplo, el cielo azul). Otra opción es desenfocar el fondo (abriendo el diafragma, utilizando una focal más larga o acercándonos más a la seta) para darle homogeneidad y que así no distraiga. Finalmente, utilizando la iluminación adecuada, podemos resaltar las zonas que nos interesen y lograr que otras pasen más desapercibidas.
Tras elegir la alternativa más adecuada según las condiciones de la escena, logramos captar una imagen en la que nuestra seta se convierte en la absoluta protagonista. Por fin, podemos mostrar, con gran satisfacción, la fotografía a nuestro amigo, que queda encantado.
En un día de espesa niebla en la Isla de la Palma, aproveché el fondo homogéneo que me proporcionaba la bruma para resaltar mi centro de interés, un pequeño conjunto de árboles que, además, tenía un tono mucho más oscuro que el resto de la escena.
Pero, además de estas herramientas, también podemos utilizar el movimiento para enfatizar el sujeto. Si nuestro objeto está inmóvil sobre un fondo en movimiento, con la velocidad adecuada resaltará sobre un entorno movido. Por ejemplo, una roca inmóvil en una cascada, donde el agua fluye constantemente. Si es el objeto el que está en movimiento, podemos seguirlo con nuestra cámara para que aparezca nítido sobre un fondo movido (barrido).
Por supuesto, va a ser la propia creatividad del fotógrafo la que mejor va a determinar la situación del punto de interés en función de su estilo, visión del mundo y forma de trabajar.
Con estos contenidos acerca de las reglas compositivas, el equilibrio y el centro de interés, cerramos el capítulo dedicado a la organización del espacio, que espero os haya resultado esclarecedor y os facilite la tarea de estructurar vuestras imágenes de la forma más adecuada para permitiros ofrecer así un discurso claro y libre de ambigüedades.
En el próximo artículo, nos adentraremos en el mundo de la percepción, iremos en busca del propósito y del desarrollo de un estilo y, finalmente, compartiremos una serie de conclusiones sobre mi experiencia y estudio a lo largo del tiempo en este campo tan interesante y vital como es la elaboración de la imagen y la composición.
Texto y fotografías: ©Rosa Isabel Vázquez