China siempre ha fascinado al mundo occidental. Desde que, en la Edad Media, el veneciano Marco Polo contara a Europa sus aventuras en el Imperio Celeste, el país despertó la fantasía, la admiración y la ambición del Viejo Continente. La China de Mao representa el polo opuesto de esa China imperial, milenaria y mítica que se fue desplomando durante el siglo XIX, sumida en el atraso tecnológico. Sin apoyos políticos y profundamente incapaz, la última dinastía china de los machúes cayó en 1912 en una revolución incruenta, que supuso la proclamación de la República por Sun Yat-sen, el fundador del partido nacionalista chino Kuomintang.

Los cambios abrieron un marco de esperanza en la regeneración de China, pese al caos político y administrativo que se apoderó del País y que desembocó en una larga guerra civil entre comunistas y nacionalistas. En ese clima político vivió sus años de juventud Mao Tse-tung, hijo de un terrateniente de Hunan, llamado a convertirse en uno de los grandes protagonistas del siglo XX.

Cofundador del partido Comunista Chino (PCCh), Mao destacó entre sus líderes durante la Larga Marcha (1934-1935). Esta heroica retirada, en la que los comunistas chinos -cercados por las tropas de Kuomintang que dirigía Chiang Kai-chek– huyeron desde el sur al noroeste de China recorriendo más de 5.000 kilómetros, dio a Mao una imagen de patriota irreductible.

Considerado uno de los teóricos más originales del marxismo por su interpretación del papel revolucionario del campesinado, el Gran Timonel trazó a partir de entonces las líneas maestras del comunismo chino. Algunas de sus iniciativas, como el Gran Salto Adelante (1958-1960) o la Gran Revolución Cultural Proletaria (1965-1969), resultaron nefastas para el país. La primera fue un intento tan voluntarioso como fracasado de convertir a China en una gran potencia industrial y agrícola, mediante el aprovechamiento de su ingente capital humano y de un conjunto de medidas económicas, políticas y sociales. Sin embargo, el plan provocó graves hambrunas que causaron la muerte de millones de personas. Por su lado, la Revolución Cultural, el otro gran proyecto fallido de Mao fue emprendida para evitar que los dirigentes del partido se consolidaran como una nueva clase privilegiada y se alejaran de las políticas revolucionarias. Con el apoyo de su cuarta esposa, la actriz Jiang Qin, y del comandante supremo del ejército, Lin Biao, Mao movilizó a millones de adolescentes “guardias rojos” -que le adoraban como a un dios- para depurar el partido, lo que dio lugar a terribles persecuciones de sus dirigentes. La experiencia casi supuso la desaparición de la estructura del PCCh y de la administración estatal. El propio ejército, columna vertebral del nuevo estado chino, tuvo que poner fin a los desmanes de los «guardias rojos«. Único líder intocable de la Revolución China, Mao falleció en 1976. Poco después, su viuda Jiang Qin y los aliados de ésta -conocidos como la «banda de los Cuatro- fueron acusados de traición, enjuiciados y encarcelados, en una velada crítica a la Revolución Cultural.

Cuando Robert Capa llegó a China en febrero de 1938, se instaló en Hankou, que por aquel entonces era capital del gobierno de Chiang Kai-chek, Jefe del Kuomintang. El fotógrafo, que apenas seis meses atrás había perdido a su compañera Gerda Taro en la Guerra Civil española, formaba parte de una expedición encabezada por el director de cine holandés Joris Ivens, quien iba a rodar un documental sobre ¡a resistencia china a la invasión japonesa. Presentes desde 1916 en Manchuria, las tropas imperiales del Japón habían iniciado su expansión por el territorio chino en 1931, ocupando la totalidad de esta inmensa región. En 1937, aprovechando los conflictos internos que vivía China, emprendieron la conquista del resto del país.

Pese al cambio de escenario, como fotoperiodista Capa mantuvo su estilo ágil y directo. Acompañó a las tropas chinas al frente, captó la vida de la retaguardia, consiguió retratar una reunión de estado mayor de Chiang Kai-chek y, como en España, documentó los criminales efectos de los bombardeos aéreos sobre la población civil. El comprometido fotógrafo consideraba que China era el frente oriental de la guerra que se estaba librando en España contra el fascismo.

La invasión japonesa detuvo temporalmente el enfrentamiento entre los comunistas y el ejército nacionalista chino. Aliadas por obligación, ambas fuerzas combatieron conjuntamente contra los japoneses hasta 1945. Capa intentó en vano viajar a Yenan, en el norte de China donde Mao tenía su cuartel general. En contrapartida pudo fotografiar a Chou En-lai, el hábil canciller de Mao en Hankou, y a otros asesores comunistas antes de que la capital cayera en septiembre de 1938.

Henri Cartier-Bresson, corresponsal de Magnum en el Lejano Oriente desde 1947 y cofundador de dicha agencia, dispuso en el invierno de 1948-1949 de la oportunidad histórica de captar los estertores del gobierno del Kuomintang en Pekín y Shanghai, mientras la imparable marea roja comunista tomaba el poder. Algunas de sus fotografías de aquella breve estancia pasaron a engrosar la lista de los mejores trabajos de su carrera. A finales ce 1958, Cartier-Bresson regresó al país con motivo del Décimo Aniversario de la República Popular de China. Sin duda, en esta ocasión, la inseparable sombra de un acompañante designado por el PCCh, limitó los movimientos del gran fotógrafo, más interesado en captar escenas de la vida cotidiana que en mostrar los grandes logros del comunismo chino. Pese a ello, obtuvo algunas imágenes memorables sin traicionar la voluntad propagandística de sus anfitriones, inmersos por aquel entonces en el Gran Salto Adelante.

Marc Riboud fue uno de los primeros fotógrafos occidentales autorizados a visitar, en 1957, la China de Mao. Con un estilo que recuerda al de Cartier-Bresson, Riboud captó los desequilibrios entre la espectacular industrialización china, que seguía el modelo de planes quinquenales soviético, y el atra¬so tecnológico del campo. Riboud recorrió de nuevo el país en 1965, a tiempo de ver los primeros efectos de la Revolución Cultural. Regresó en 1971, cuando el Libro Rojo –recopilación de citas y discursos de Mao- era lectura obligatoria para todos los chinos y poco antes de que el Gran Timonel recibiera en Pekín al presidente de los Estados Unidos, el mayor opositor al comunismo en el mundo china se había convertido de nuevo en una gran potencia mundial.

Limpieza de una estatua de Mao en Lanzhou by Marc Riboud, 1957

 

Cadetes femeninas, Hankou by Robert Capa, 1938

 

Niños jugando en la nieve, Hankou by Robert Capa, 1938

 

El sueño del pajarero by Robert Capa, 1938

 

Entrenamiento de guerrillas by Robert Capa, 1938

 

Eunuco imperial, Pekín by Henri Cartier-Bresson, 1948

 

Lectura de actualidad, Pekín by Henri Cartier-Bresson, 1948

 

Reclutamiento urgente, Pekín by Henri Cartier-Bresson, 1948

 

El tendero y el campesino, Pekín by Henri Cartier-Bresson, 1948

 

La cola del oro, Shanghai by Henri Cartier-Bresson, 1948

 

Brumas en la Ciudad Prohibida, Pekín by Henri Cartier-Bresson, 1948

 

Celebración comunista, Shanghai by Henri Cartier-Bresson, 1949

 

El general Hung-Kuoei, Nankín by Henri Cartier-Bresson, 1949

 

Comedor de una acerería, Anshan by Marc Riboud, 1957

 

Nordeste by Marc Riboud, 1957

 

Recolección de trigo, Gansu by Marc Riboud, 1957

 
 

Paisaje industrial, región de Manchuria by Marc Riboud, 1957

 

CBrigada de estudiantes, Shiu Shin by Henri Cartier-Bresson, 1958

 

 
anshan

Complejo siderúrgico, Anshan by Henri Cartier-Bresson, 1958

 

Estudiantes en formación, Pekín by Marc Riboud, 1965

 

Arrozales, Guangxi by Marc Riboud, 1965

 

Manifestación pro vietnamita, Pekín by Marc Riboud, 1965

 

El Gran Timonel, Wuhan by Marc Riboud, 1971

 

 

Robert Capa

(1913-1954)

El mejor fotógrafo de guerra del mundo inició en Alemania su carrera, tras abandonar su Hungría natal. Endre Ernö Friedmann -su verdadero nombre- presentó sus trabajos en París bajo la identidad de un rico –y ficticio- norteamericano llamado Robert Capa.Contratado por la revista “Vu” cubrió la Guerra Civil española, donde empezó a fraguar su fama. Durante la Segunda Guerra Mundial siguió para la revista Life a las tropas norteamericanas en Europa. Su consagración llegó con las imágenes que logró tomar el “Día D” en Normandía. Cofundador de la agencia Magnum, murió al estallarle una mina en la guerra de Indochina.

 

Henri Cartier-Bresson

(1908-2004)

Inicialmente dedicado a la pintura, el francés Cartier-Bresson publicó su primer reportaje gráfico en 1932 en “Vu”. Más tarde trabajó para Life y Paris-Match, y en el cine como ayudante de Jean Renoir. Movilizado como fotógrafo cayó prisionero de los nazis, de los que logró huir tras 36 meses de reclusión y dos intentos fallidos de fuga. Fundador de Magnum en 1947 –junto con Capa, Seymour y Rodger-, realizó reportajes en numerosos países del mundo. En 1952 se consagró con “lmages á la sauvette” (prologado por él mismo con su doctrina sobre «el instante decisivo»). En 1970 abandonó la fotografía para volver a la pintura y el dibujo, a los que se dedicó hasta su muerte, en 2004.

 

Marc Riboud

(1923)

Nacido en Lyon, Marc Riboud destacó desde joven por su compromiso político. Activo miembro de la Resistencia francesa contra la ocupación nazi, estudió ingeniería entre 1945 y 1948, profesión que ejerció hasta 1952. En esa fecha, este fotógrafo autodidacta ingresó como autónomo en la agencia Magnum –de la que llegaría a ser vicepresidente entre 1975 y 1976- y se trasladó a París. Autor de numerosos reportajes de actualidad, sus trabajos más populares son los realizados sobre la vida cotidiana del Extremo Oriente. Su habilidad para captar momentos de belleza efímera y su agudo sentido de la composición le han permitido crear algunos iconos fotográficos más conocidos del siglo XX.

Maestros de la Fotografía es una obra original de Estudi Cases, Buenos Aires (Argentina) ©2008 Estudi Cases. Todos los derechos reservados. ISBN 978-84-9899-O99-7 (obra completa); 978-84-9899-116-1 (de este libro). Depósito legal TO-0019-2009. Impreso en la UE. Idea original Joan Ricart Coordinación Mar Valls. Redacción Vicente Ponce, Joan Soriano. Diseño Susana Ribot. Maquetación Clara Mirones.